La tumba de doña Isabel

—¡Disculpe! —escucho a lo lejos el sepulturero de la camisa verde gritando por encima de lo que sería apropiado en un lugar sagrado como este.
—¿Me recuerda el nombre del hombre que está buscando? —pregunta estando ya a mi lado.
—Ignacio, Ignacio Marqués —contesto con un golpe de esperanza, con las pulsaciones bailando sin sentido y con el corazón dudando cuál es el siguiente movimiento a realizar, si sístole o diástole.
—Es que he encontrado un panteón que quizá le interese, pero aparece otro nombre a su lado: ISABEL BOLET I VIDIELLA.
—¿QUÉ?
Mi cara es un poema, un vodevil, una mueca de incomprensión que me deja sin aire ni aliento, inmóvil durante unos segundos, intentando asimilar lo que acabo de escuchar, quieto, callado hasta que logro articular la primera palabra.

David Esteve, el hombre de la camisa verde. Descanse en paz.
Aquí reposa mi dama, Isabel Bolet, doña Isabel.