No me puedo estar quieto, estoy demasiado nervioso. La madera del suelo chirría acusándome de un cierto sobrepeso, incrementando, si cabe, mi desazón. Lo presiento, estoy fuera de mí. Cada paso que he dado hasta ahora ha sido como un penalti de una larga tanda, uno de esos en donde si fallas el disparo quedas eliminado, pero si marcas todavía no puedes dar el partido por ganado sino que tienes que continuar sufriendo. Pero es ahora cuando llega el lanzamiento decisivo, el último, todo o nada, aquí se acaba, con la satisfacción de haber llegado hasta donde nadie lo había hecho hasta ahora, pero con el recuerdo del testamento del marido que condicionaba a la mujer, con un dinero destinado a cruzar hasta el otro lado del Atlántico…