El olor del mar impregna la ciudad, villa de marineros. Nunca un habitante de interior, de aquellos que cuando se refieren a la espuma recuerdan una cerveza caliente y no el mar embravecido, entenderá la dependencia que los hijos de la costa tenemos de su esencia salada y de los gritos de las gaviotas con sus enormes alas extendidas.
Isabel continúa caminando, un paseo que finaliza en la Casa de Amparo, no solo una casa de beneficencia sino una Institución. Constituida hace diez años consta de un edificio de dos plantas y una iglesia con una capilla donde Jujol ha dejado su huella.
—He quedado con el señor Tomás.
—Ahora mismo. ¿A quién anuncio?
—Isabel Bolet, viuda de Marqués.