Me siento frente al ordenador, aspiro, inspiro y doy un vistazo a mi alrededor: no debe haber en la ciudad un espacio que invite a la investigación como este lo logra; quizá la biblioteca Pompeu Fabra en el antiguo depósito de aguas, pero este, inmerso en la Ciudad Vieja, es especial, diferente, mágico: techos altos, arcos de piedra atravesados por maderas envejecidas, muros agujereados por estilizadas ventanas y cerrando los ojos se pueden escuchar los lamentos de los moribundos que llenaban este espacio cuando todavía era un hospital y llegaban hasta aquí para morir. Sí, morir, porque en aquella época el hospital no era lugar de sanación sino donde acabar los días. Así le pasó a Gaudí bajo este mismo techo, mezclado entre tantos otros desahuciados hasta que alguien le reconoció y le trasladaron a una zona VIP, a una habitación hoy convertida en lavabo gracias al ingenio del Ministerio competente que consideró que el rincón no tenía suficiente trascendencia histórica.