Aparte de su madre y de su amigo Ribera poca gente le reconoce: su casa hace tiempo que calló, que ya no muestra aquella alegría de antaño, con los hermanos en Cuba, el padre que vigila desde el cielo que todo se haga como Dios manda y la viuda viendo pasar las hojas del almanaque sin demasiadas preocupaciones. Vivienda de piedra en el Arrabal superior, humilde por fuera pero bien cuidada y amueblada por dentro, con el dinero que el mismo Ignacio y sus hermanos envían periódicamente.
Años más tarde, el hermano de Ignacio Marqués, Fidel, entregó la casa a la iglesia y vivió en ella una señora. Más tarde fue rectoría del pueblo y lugar de encuentro de los jóvenes del pueblo hasta que no hace mucho fue vendida a un particular.