La vida gira a mi alrededor, pero yo solo oigo la desagradable voz de esta mujer. Mis expectativas diluidas como el café en un vaso de leche. Un camino que me había ilusionado, que me había hecho sentir como uno de esos aventureros en busca de un tesoro, Indiana Jones con el látigo en la mano, sacando a la luz secretos olvid…
—Pero he podido comprobar que sí que hay referencias de un Ignacio Marqués y Bolet —continúa la voz agria e irritante del teléfono— que estuvo enterrado en otro nicho del mismo cementerio y que fue inhumado dos años más tarde de su muerte para trasladarlo a Tiana, su lugar de nacimiento.
Nuevamente la voz consigue captar mi atención, como las sirenas lo hacían con Ulises.
—Te pasa algo —insiste mi compañero asustado por los repentinos cambios de coloración de mi piel.
—Señor Jou… ¿se encuentra allí?
—Sí, sí… sí… estoy aquí.
—He conseguido encontrar el certificado de defunción de Ignacio Marqués…
—Sí… certificado… de… defunción… sí…
—… y aparece la fecha del óbito, el motivo, por cólera…
—Sí… óbito… sí… sí…
—…, que vivía en el Paseo de Gracia número 6… de Barcelona…
—Sí… sí… sí…
—… que era comerciante…
—Sí… sí… sí…
—Pero no haga mucho caso a la ocupación, señor Jou, porque era bastante habitual que los funcionarios de la época cometieran errores rellenándolo.
—Sí… errores… sí… no sufra… y… ¿algo más?
—Y también aparece el nombre de su mujer…
—Sí, sí, sí, sí, sí…
—… que se llamaba… se llamaba…
—Sí, sí, sí, sí, sí… se llamaba…
—… se llamaba… espere que lo miro… se me ha traspapelado la hoja…
—Sí… sí… sí…
—… señor Jou, se llamaba… Isabel Bolet y Vidiella…