—… y todas las fraguas disponen de un horno, una trompa de agua para alimentarla, un martinete de fraguar y otro martinete de estirar, y será un mazo quien se encargue de girar la rueda hidráulica del martinete hasta que…
—Entiendo señor Marqués, entiendo —interrumpe el periodista que no entiende una palabra de la jerga que utiliza el industrial—… y supongo, señor Marqués, que lo que arrastran las mulas es… es…
—El martinete —acaba la frase el experto.
—Eso… el martinete.
—Lo traen desde Vila-rodona.
—¿Cuarenta kilómetros cargando este trasto?
La sorpresa del articulista es comprensible. Veinte mulas aparecen por la carretera arrastrando el famoso martinete; el sonido del látigo queda enmudecido por el crepitar de las ruedas y los gritos de las mulas y del conductor, difíciles de distinguir. El camino se llena de curiosos que nunca habían contemplado un tiro de mulas igual; lo mismo pasó hace dos días cuando el circo atravesó Tarragona en su camino hacia Vilanova.
Es imposible saber si, ciertamente, Ignacio Marqués y esposa se unieron a la asociación en este momento, pero lo cierto es que lo hicieron antes o después, y novelísticamente lo he situado aquí.