—Señor Gaudí, señor Gaudí, ¿me permite un momento por favor?
Es la voz elegante de Isabel escondida tras el velo quien llama la atención del arquitecto, acompañada por su marido; nunca antes los había visto.
—Claro que sí, señora, usted dirá.
Estoy muy feliz, estamos muy felices —rectifica la mujer incluyendo al marido que hoy es quien acompaña la esposa en funciones de mascota—, de ver que el Templo dedicado a San José va tomando forma.
—Poco a poco; solo se trata de una capilla.
—Sí, la primera; por eso estoy, estamos aquí —pequeño carraspeo del marido—. Nos haría mucha ilusión costear una de las capillas y que estuviera dedicada a santa Isabel, este es el nombre con el que me bautizaron mis padres.
—Será un honor, señores.
—¿Diez mil pesetas estaría bien?